domingo, 20 de febrero de 2011

Odio.

En un principio, no iba a subir esta entrada, la que tenia pensada era una entrada super bonita, Recuerdos veraniegos se llamaba y los que me conocen saben perfectamente de qué podría haber tratado; todo lo que habia pasado en este inolvidable o fatíco verano (depende de como me sienta, le asigno uno u otro adjetivo), pero algo me ha hecho cambiar de idea, este sentimiendo que me corrompe el alma y por supuesto no estoy orgullosa de sentilo.
Creo que no me equivoco al decir que todo el mundo ha odiado alguna vez. Yo lo he hecho varias en mi vida, y hoy lo he vuelto a hacer. No voy a contar aquí las razones por las cuales he odiado, pues no creo que sean relevantes. Al fin y al cabo, no creo que se pueda hablar de "tipos de odio" ni nada parecido: el odio es igual siempre. Se puede odiar más o menos, pero no se puede odiar de ésta u otra manera.
Éste sentimiento que he experimentado una vez más me ha hecho reflexionar, motivo por el cual estos humildes pensamientos no sólo están en mi mente sino aquí también plasmados. Yo soy de las que piensan (no sé si alguien más lo pensará...) que los remordimientos son las señales por las cuales nuestro verdadero Yo nos indica que hemos hecho algo que se aleja de los ideales de ese "Yo" nuestro. Ciertamente, intentar conocerse a uno mismo es una de las tareas más difíciles que puede llevar a cabo un ser humano, por lo que es lógico que, no sabiendo cómo es realmente nuestro interior, erremos en nuestros actos. El remordimiento, entonces, sale a la luz y nos avisa de que nos hemos equivocado de acción. Pero claro, el ser humano dicen que es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, y bien es cierto en esta ocasión, pues el hombre (y también la mujer, por supuesto) no suele aprender la lección con una clase, es necesesario caer una y otra vez en el mismo error para darse cuenta de que ése no es el camino que desea verdaderamente seguir. Y ésto creo que normalmente es así.
Hoy, tras odiar, recibí una de esas señales de mi Yo no mucho después. Me pregunté el por qué de esa señal, ¿acaso no fue lo suficientemente justificada la ocasión? La causa de mi odio era ajena a mí, yo era totalmente inocente. ¿Qué culpa podía tener yo? Pues , qué ironía, resulta que toda la culpa era mía y sólo mía. Porque, a decir verdad, ¿no es estúpido que cosas ajenas a nosotros mismos dominen nuestros sentimientos? No podréis negar que siempre se odia a algo o al alguien...pues bien, ¡felicidades a ese algo o alguien!...ya que ha sido capaz de corromper nuestros sentimientos, aquéllos mismos que nos pertenecen a nosotros y sólo a nosotros. Hoy he aprendido que con el odio no se gana nada. Absolutamente nada. Por el contrario, nos puede hacer ganar enemigos, enemistades. Nos va a llevar a ser vulnerables ante diferentes situaciones en la vida, previsibles. Y lo peor de todo, acabará por hacernos manipulables, pues quien sepa manejar con eficacia las cuerdas de ese títere llamado odio, hará con el alma que la lleva lo que quiera. En otras palabras, no dejemos que el odio nos haga esclavos del mundo exterior, seamos libres de elegir lo que queremos sentir. Creo que es un buen consejo oír las indicaciones de ese Yo interior, ya que pienso que es ahí donde radican todos los buenos sentimientos: los de una persona justa consigo misma y con los demás. Tratemos al odio como él nos quiere tratar a nosotros, y desechémosle porque de nada vale tenerlo en cuenta. La satisfacción de elegir lo que queremos es a lo que todos deberíamos aspirar. Elegir caminos, buenos o malos pero elegidos por nosotros.

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